Siempre me ha intrigado una cuestión ¿Quién conoce la verdad? ¿Cuántas personas saben lo que pasa y no dicen nada? Nadie conoce a nadie.
Cuando alguien te cuenta eso que se llama un "cotilleo" me estremezco, porque parto del principio, harto conocido, de no ser el único: "lo que te voy a decir, por favor, que quede entre nosotros", "no se lo digas a nadie".
Y así me entero yo y se entera todo el mundo. Al final todo se sabe.
El objeto de murmuración puede incluir a la institución más alta sin ningún pudor, incluso diciéndote la fuente, esa que los periodistas nunca quieren revelar, un médico, abogado, sirviente, chófer o utillero. Y esto sucede en Washington, Londres o Paris de forma similar, sólo hay que estar al loro.
Y no me creo que nadie supiese lo que hacía una y otra vez el tal Savile, o Holland desde hace no se sabe cuanto, o el jugador de fútbol que frecuenta discotecas, o el político impresentable, déspota y mal educado, que puede ser ministro o embajador, o el corrupto que corrompe el alma del que toca. Y la vida de esos llamados famosos, que viven de salir en la caja muestrario del panorama sin dar un palo al agua y que supongo que muchos saben lo que hacen porque además no son nada discretos.
Al parecer también en Chicago, el tal Alfonso Capone llevaba un tren de vida un tanto elevado sin tener un dólar. No fue sencillo ponerle delante de un juez, no fue fácil condenarle, aunque fuese por evasión fiscal. Probablemente triunfó porque por todos los delitos que cometió hubiese merecido un castigo mayor, peró faltó valor para decir la verdad en público y al final los testigos, los que saben la verdad no quieren meterse en líos. Eso es sinónimo de flojera y comodidad, nadie quiere alterar el status quo que mantiene. No nos levantamos para ponernos el mundo por montera somos calculadores y un tanto cobardicas, somos bestias modernas.
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