Hay un médico en USA, probablemente otros estudiosos más, que piensa que nadar entre animales que dan miedo puede ser una buena terapia para personas que han sufrido grandes momentos de stress, como el combate.
Ellos sabrán y ojalá funcione, porque los veteranos aunque vuelvan vivos necesitan vivir dignamente.
A mi nadar cerca de tiburones me gusta, aunque hay que estar muy atento, porque puedes tener un descuido o quizás el escualo es más rápido, y te da una dentellada, brota la sangre y se arma.
Leía estos días parte de un libro autobiográfico de un personaje político, muy famoso, ya fallecido, que vivió la Guerra Civil española en su plenitud de edad.
Al final salió vivo. Pasó por todas las cárceles, le intercambiaron, le volvieron a coger preso, se libró de bombas y bombardeos mientras a su compañero la cabeza se le separaba del tronco, como un balón de fútbol. Lo cuenta todo con frialdad, como él era y da repetidas gracias a su suerte.
De esa guerra que duró tres años, que venía de largo, he oído muchas historias, cercanas y familiares.
Sobre todo en los meses de Julio a Noviembre de 1936 fue como bañarse con tiburones, que a veces venían más y más. Siempre me pregunté qué habría hecho yo en tales circunstancias.
En "Jaws", Richard Dreyfus, se queda desamparado cuando el tiburón enorme rompe la jaula y decide ir al fondo donde encuentra su bombona de oxigeno y puede respirar sin moverse, hasta que acaba todo. No es mala táctica, esconderte.
Claro que el carácter influye y otros factores como la edad, condición, familia o lugar donde te pille.
Al final te rozan las balas o los tiburones; caes redondo de un balazo o destrozado por la metralla o los escombros; te libras por los pelos hasta morir en la cama de tu casa con 96 años, la cabeza bien puesta y el cuerpo consumido. Te hacen preguntas y no entiendes.
¿ Por qué no me mataron entonces?
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