Llegas al JFK de New York y te adentras en un mundo diferente. Todo empieza por ser grande como USA. Hace mucho frío y te van sacando de la terminal después de los controles, entre pasillos, para que te enfrentes a la realidad. Manhattan todavía está lejos. Depende del medio de transporte y el tráfico, de las desviaciones, de los puentes y las obras constantes.
Es de noche, es invierno y nieva. La visibilidad no es buena, no se puede apreciar el skyline, todo es oscuro, con neblina, humos de chimeneas y polución. Se reconoce el edificio del Empire y el Chrisler y otros, y la ausencia de las Twin Towers. Al final porque hemos entrado por Queeensborough bridge salimos a la calle 59th en la isla de Manhattan. Te das de pronto con rascacielos, más tráfico, camiones enormes, mucho taxis.
Te maravillas de como el genio y sensibilidad de Federico García Lorca se sintieron atraídos por esa complicada y extraordinaria obra humana, por este conjunto de edificios magníficos, de vida que surge, de cambios constante, de enormidad. Para él la visión ocurrió hace casi noventa años. Había rascacielos muchos, pero no los mencionados. El impacto en su espíritu debió ser gigantesco. Un hombre de sus especiales dotes, de su arte y su gusto se quedó maravillado por lo que veía y sin saberlo comprendió que no había cosa igual.
Dicen que cuando se llamaba New Amsterdam los holandesas intentaron llevar sus ideas a ese simulacro de ciudad entre indios, granjas y pantanos. Según cuenta el autor en su libro "The island at the center of the world", la típica actitud de la gente de NEW YORK , cultura y otras virtudes y vicios en general muy americanos y en particular de la Gran Manzana, viene de esos holandeses y no de unos extraños ingleses y la historia de los peregrinos.
"The land of the braves" y la ciudad "that never sleeps", tienen mucho de esos holandeses que por sólo un voto perdieron que el holandés fuese el idioma de Norteamerica.
Curioso como un gol en el último minuto puede cambiar un partido y la Historia.
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