Los mejores años de nuestra vida es el título, también el original inglés, de una película de W. Wyler, triunfadora en dólares, premios, crítica, público, en una año delicado como 1946, con la guerra muy reciente, interesaba saber como tres individuos, distintos, se adaptarían a la paz en el lado norteamericano. Después de tanto drama, traumas, muertos, es lógico que cualquiera estuviese un poco despistado con su entorno, pijama mujer, hijos, novia, costumbres o vida de aquellos que no han vivido en situaciones de combate que les quieren, han pensado mutuamente unos en otros con miedo normalmente. Los años de cada uno, los mejores sólo uno lo sabe.
La infancia es definitiva.
He leído un pequeño artículo de un escritor de renombre sobre otro de gran éxito, recientemente fallecido de cáncer, relativamente joven, sin mucho tiempo para disfrutar del dinero generado por su trabajo. Sin conocerle personalmente me pega la descripción, precisa por alguien que conoce la pluma, el significado de las palabras, lo ajustado de ciertas definiciones, que parece expresarse con prudencia, sinceridad. Al final acaba:
"Quizá me equivoco y la imagen que proyectaba era una forma más de
protegerse. Lo mismo da. A estas alturas lo que yo piense y lo que
piensen los demás ya no tiene importancia".
Esto es aplicable a casi toda persona por no intentar abarcar el totalitarismo absoluto del 100% (+- el error que se comete). Desde luego da a entender que para el autor de este in memoriam con la muerte todo se acaba, a estas alturas ya no hay vuelta atrás. Puede que todos seamos algo a solas, dentro de nosotros mismos, luego proyectamos una imágen fruto de nuestros miedos, frustraciones, sueños, traumas, todo aquello que queda dentro de nosotros en esa época crucial de la vida. Cierto que hay gente, alguna, que la definen sus conocidos como: es lo que ves.
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