Según nuestro universal Calderón,(estatuas todavía intactas) principalmente notable autor teatral, la vida es una ficción, ilusión, frenesí, es sueño, no de pereza sino de imaginación, son sueños, entonces como todos los sueños no es realidad, aunque haya sueños que se cumplan. A este digno escritor hay que situarlo en su siglo no vaya a ser que alguien presente una denuncia en nombre del movimiento #Metoo o similar, ya que no sabemos donde nos podemos remontar al contar algo en un medio de comunicación, hay gente dispuesta a escuchar cualquier sandez. Su siglo, XVII, es de Oro en algunas facetas y en otras la continuación del descenso desde la cumbre alcanzada con Carlos I, porque desde las cimas normalmente se baja o le bajan a uno. A esto contribuyeron nuestros enemigos, simples amables, desinteresados, nobles, sin dobleces ni odios, con ayuda de los propios españoles, tendentes a desenfocarse con notable facilidad. Ciertamente fue un hombre de fe cristiana, trascendente, que opinaba que triunfos, honores, mercedes, halagos, prebendas, placeres, penas, dolor, alegrías, son cosas de esta vida que vivimos, factores pasajeros, limitados, perecederos. Creía en otra vida imposible de demostrar, la veía con su fe cristiana e intentaba vivir el día a día conforme a su creencia. Ese quehacer diario le resultaba más sencillo que el nuestro o no. Dos factores, uno a favor otro en contra. El ambiente general fomentaba, ayudaba, una concepción menos materialista de la existencia, por otro lado la ciencia, tecnología, medicina, inventos, hacían todo más rústico, complicado, en ambos casos el día tenía, y tiene, 24 horas. Mucho tiempo de aquellas afortunadas madres para parir a Lope, Tirso, Góngora, Murillo, Ruiz de Alarcón, Gracián, Zurbarán, Ribera, el Greco fichado de Greta, mi apreciado Quevedo o el genio de Velázquez. Espero que no haya que poner vigilancia a sus estatuas.
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