No podría afirmar que vivamos en una sociedad del miedo, si que me parece que vivimos en una sociedad que vive como los pueblos sometidos a riadas, borrascas o fenómenos meteorológicos imparables, una sociedad desbordada. Las informaciones (desinformaciones, malas informaciones, lo habitual en los medios) van, predominantemente, en la línea de producir esa sensación de pánico/descontrol/producción de adrenalina/titulares sugerentes, llamativos, provocativos. El miedo, o sus colaterales, siempre nos ha acompañado.
El miedo está en todas partes, el miedo atrae, gustan las pelis de miedo y el hombre no sabe vivir sin miedo. No todos los miedos son iguales, y si no existiese el miedo, a lo peor, habría que inventarlo.
Llega la noche de Halloween, tan exportada por el mundo sajón, como la hamburguesa, el consumo desmesurado o los adelantos tecnológicos descontrolados, todo muy americano, con lo peor y algo de lo mejor. El miedo detrás. La noche de los muertos vivientes es para los niños, Heidi Klum, tan guapa, tan espectacular se disfrazará, o su sucesora, y acaba al día siguiente con las aceras llenas de huevos y cosas peores, el miedo de Halloween es de Hollywood. Hay otro miedo, de todos los días.
Quizá lo peor del miedo es que te impide ser tu mismo y te priva de libertad, libertad para pensar, recapacitar y tomar decisiones. Si nos quedamos bloqueados por el miedo otros toman las decisiones por nosotros.
Nolite timere ego vici mundum, es una frase del Nuevo Testamento, y en una iglesia de los jesuitas a la derecha de una gran cruz, moderna, de un Cristo a punto de expirar estaba, está escrita esa frase. Siempre me pareció real.