Estamos rodeados de icónos, ídolos, fenómenos de masas que surguen bruscamente y desaparecen en segundos. Y otros pocos, muy pocos permanecen.
Oía Madrecita María del Carmen en la radio o un tocadiscos y no me gustaba; las tatas cantaban y admiraban a su autor, lo adoraban. Luego descubrí que no sólo eran las tatas. Resultó que era una canción dedicada a una madre.
Los extranjeros conocían sus canciones. Cualquier guiri exhuberante y espectacular se derretía ante una sangría y el Porrompompero. Llamaba cateto a alguien y no pasaba nada.
En una canción sobre los toros y una minifalda, se mostraba con un toque un tanto machista, pero nadie decía nada, no importaba. Hizo muchas pelis, nunca ví ninguna suya, pero tuvieron mucho éxito. Además este señor no era del Madrid sino del FC Barcelona.
En un país sin letra en su himno nacional, apesar de tener tan buenos poetas, consiguió que el Viva España fuese un hit parade mundial y una seña de identificación.
Y ahora con el tiempo le veo con naturalidad, como si fuese de la familia. En su esplendor dominaba con sencillez y soltura, sobrado de todo. Sonreía cantando, siempre sonreía.
José Mota le imitaba y en sus imitaciones demostraba una gran autosuficiencia. Cuando era Escobator no se sentía cortado ni ante el mismísimo Schwrzenegger que apareciese desnudo subido en una Harley. Robot, si, pero español.
O como Gladiolo Escobar que intentase ligarse a la amante de un emperador romano tartaja en medio de su repertorio de coplas. Ni Hollywood podía con él.
O como Gladiolo Escobar que intentase ligarse a la amante de un emperador romano tartaja en medio de su repertorio de coplas. Ni Hollywood podía con él.
Probablemente un hombre del campo, ni entiende ni sabe de letras, pero el que le busca le encuentra.
Al final quedan el compañerismo, las buenas maneras, la sencillez, autenticidad y el reclamo de ser buena gente.
Es bonito que cuando te mueres te digan que eras buena gente ¿Qué más se puede pedir?
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