Ver la serie sobre New York en el final de los cincuenta que comentaba ayer me provocó recuerdos y una reflexión sobre lo que inspiraba el cine o lo que provoca ahora, que no lo sé muy bien. Confieso que cada vez me molesta menos vivir en la duda.
Para varias generaciones el cine ha sido sueños e ilusiones y me temo que lo sigue siendo, aunque de otra manera. La magia consistía en meterte en la historia y lo mismo podías enfrentarte a unos indios muy malos que luchar contra el capitán Hook o Garfio, en nuestra versión, incluso le ponías Perdy a tu perro que era un pastor alemán. Podías trasladarte a Austria en los años treinta, librarte de la invasion nazi y enamorarte de la nanny que no servía para monja. Podías volar un avión en el Pacífico, introducirte en Tokio en un submarino silencioso, o combatir en el Atlántico antes de Normandía. Podías ser un cirujano maravilloso o el padre Damián en Molokai. Casi todo era posible.
Para un niño de hoy, aunque con un mayor despliegue de medios e información o desinformación, la cuestión es básicamente la misma, quemando etapas a mucha mayor velocidad. Y el negocio está en Marvel, en los superhéroes, en los efectos especiales, han cambiado los gustos, los medios, son los productores los que controlan y ¿el talento? El talento existe, sorprende y no se puede eliminar. Nunca ha habido demasiado, es un bien escaso, hay que cultivarlo y como las cosechas, a veces una añada es mejor que otra.
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