El calor californiano, el intento de paseo por Sunset Blvd con sombras imposibles al medio día, te perfora las meninges, deshidrata y hunde en la peor de las miserias que solo el agua refrescante compensa. Entiendo al pobre Joe Gillis que desesperado se fuese a vivir con la estrella ya caduca que tenía a un fiel director de chauffeur, como se decía con glamour, cuando los chóferes eran mecánicos.
Gillis es ficticio y efímero, muere joven, a otros el tiempo nos brinda nuevas oportunidades.
Ahora recapacitando sobre lo que escribo me doy cuenta lo lejos que estoy de gustarme. No quiere decir que no me admita a mí mismo que hay pasajes de mis pretendidas novelas que me agradan, me hacen pensar o reír, no me disgustan y hasta en pequeñas porciones me congratulo. También es una buena terapia, una forma de intentar plasmar temas que llevas dentro, reiterativos, sin solución, que viéndolos escritos te ayudan, te liberan, de alguna forma. Quizá todo esto ya sea un premio, como en el poker, ganar ya debe ser la monda.
Cuando se lo das a alguien, capaz, con sentido, que se expresa con propiedad te das cuenta de tus muchas lagunas, te sientes retratado y espero que aprendiendo. Y no todo es negativo porque solemos ser muy duros, o muy blandos, con nosotros mismos, no tenemos término medio.
Llevo una camiseta de Groucho, habano al ristre, con una de sus frases y tiene razón, si no te diviertes algo estás haciendo mal.
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