Verano calor, el mar brillante cercano, la brisa, una hora tonta en que te adoremces después de comer y el sol que va cayendo en el Pacífico; unos minutos de placer, de lectura, imaginación y gusto por la palabra. Este oceáno está normalmente tranquilo, como si su inmesidad no tuviese que demostrarla.
Pocos placeres como el de leer un libro, poesía, teatro, de esos que te metes de principio a fin, aunque el comienzo resulte duro en ocasiones. Es una de esas experiencias que difícilmente se pueden equiparar con otras efímeras que no trasmiten la misma satisfación.
Me han dicho en el mundo anglosajón que me rodea, que la Biblia, Shakespeare y luego Agatha Cristie son los libros/autores más traducidos. Casualidad pura que dos de ellos son ingleses. El libro de los libros, Antiguo y Nuevo Testamentos son libros dictados por Dios a los profetas, libros santos, libros que hablan en clave, incomprensibles en su totalidad, eternos y sencillos, sin muchas vueltas, al grano. Su traducción es realizada a muchos idiomas, a todos supongo.
Shakespeare es un genio, de la palabra en inglés, poeta en prosa, y parecido en parte a nuestro excelente Lope, aunque más fino, brillante, con mucha clase, y mira que el Fenix de los Ingenios, tuvo ese apodo por alguna razón.
De Agatha Christie no he leído nada en mi vida y no me tienta, también me gusta mucho el Far West y pocas novelas del Oeste, no así los tebeos, o comic, que si me dicen.
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