Amaneció con esos días de los Angeles de cielo encapotado y mejor temperatura. Una mañana para ir a la playa de Malibú a la zona de las casas de ensueño a quince metros de la orilla, de puesta de sol con vino blanco, paseo por la arena, chapuzón con el Pacífico para ti solito, privilegio de gente con el éxito en la vida que dan los dólares; algo muy de este país.
El día transcurre tórrido, se van abriendo las nubes, disfrutas del fish & chips del Market Seafood y llegas a un agujero cavado en la montaña para albergar el Hollywood Bowl.
A precios populares y casi lleno la Los Angeles Philarmonic, dirigida por el talentoso Gustavo Dudamel interpreta Carmina Burana.
No se han llenado las 18.000 localidades. Todo empieza a la puesta de sol. El director saluda al público entregado y comienza con el himno nacional, todo el auditorium en pie, respetuoso (no hay pita himnos), emocionante.
Va anocheciendo; el letrero en la colina de las letras que anuncian la gran ciudad desaparece tras el escenario. una gran cruz iluminada brilla en otra cima; el público, come y bebe, respetuoso y entregado a oír la música y manejar los smart phones aunque no hay mucha visibilidad en la oscuridad. Hay paz y belleza junto a los coros y los instrumentos; gente de todas las edades; me gustan sobre todo las personas mayores, que hacen esfuerzos, disfrutan y luchan por divertirse.
Los helicópteros de LA sobrevuelan, esperan a los aplausos para molestar menos; es un día popular de verano, una noche de actuaciones, muy organizada, de show business modelo clásico en su esencia.
Las noches de Hollywood, como en el desierto, son hermosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario