Un privilegio en Hollywood es poder ir al cine como antes y eso puede ser remontarse al año 1918, si hablamos de la sala de proyección. Se trata de la misma que usaba Charlie Chaplin cuando fundó los estudios de La Brea Avenue, claro que los sistemas han cambiado y entonces todavía no había sonido, el resto es lo mismo.
La película elegida, por la anfitriona, fue "Bluebeard's eighth wife" de Ernest Lubicht, el maestro; con guión mitad de Billy Wilder, screw comedy a tope, calidad y finura en los gags; estilo por doquier, gusto y sensibilidad, el cine en su esencia.
Tanto que había un espectador de cinco meses que se despertó a mitad de la película porque tenía hambre. Durante un buen rato aguantó, se quedó fascinado con algo de la pantalla o con toda la pantalla completa. Puede que fuese con Claudette Colbert.
Nos sirvieron palomitas y una sandia troceada que estaba muy rica. Ahora bien lo eterno radicaba en la historia el componente fundamental y decisivo, no hay película sin una buena historia.
Quizás los guionistas de Hollywood, los grandes contadores de historias, nunca han sido reconocidos lo suficiente. Unos tipos con una máquina de escribir, cigarrillo en la boca y whisky con soda; capaces de inventar historias, de dejar frases para la Historia o de volver a hacer Historia con una interpretación gloriosa y una cinematografía única; ya se que no es suficiente para hacer buen cine, que una buena música puede ser un empujoncito o el twist genial de un director o actor lo que marque la diferencia.
Sin embargo me quedo con el contador de historias que era lo que decía John Ford que hacía.
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