Curiosas tradiciones las nuestras, como todas.
Hoy es día se San Fermín patrón de Navarra junto a Javier, el jesuita; de este se sabe mucho, del otro poco. Vivió en época de romanos, allá, por el siglo III, persecuciones y martirios, fue torturado hasta la muerte en Amiens; lugar de hermosa catedral, que una vez me asistió con un bocadillo de salchichón en un día caluroso de verano. Hay quién duda de su existencia, la de San Fermín.
Hoy es día se San Fermín patrón de Navarra junto a Javier, el jesuita; de este se sabe mucho, del otro poco. Vivió en época de romanos, allá, por el siglo III, persecuciones y martirios, fue torturado hasta la muerte en Amiens; lugar de hermosa catedral, que una vez me asistió con un bocadillo de salchichón en un día caluroso de verano. Hay quién duda de su existencia, la de San Fermín.
Supongo que la mayoría de los que asisten a los Sanfermines, fiestas conocidas en casi todo el mundo, no piensan mucho en los orígenes; viven el momento, en masa, con un par de copas y saltando; una mezcla entre un partido de fútbol, una corrida de toros y un pasodoble, con una coordinación fruto de las apreturas.
Entre tanto empujón Navarra, el reino de Navarra, exhibe la ikurriña en el ayuntamiento de Pamplona. La noticia tiene su correspondiente propaganda, no porque importe mucho, sino por la coincidencia
Pamplona aparece en la televisión. El mundo moderno se vuelve hacia los toros, los borrachos, la fiesta, hacia algunos extranjeros en el pasado que le dieron mucha publicidad; a esas jornadas de vino y rosas; pañuelo rojo y camisa blanca; cornadas y sustos, sin que nadie se queje de la crueldad hacia los animales; los activistas no se atreven a ir a Pamplona por lo que pueda pasarles.
Recuerdo un cardiólogo prestigioso, navarro de nacimiento, de estudios de medicina en la prestigiosa Universidad de Navarra, primera promoción, especialidad y profesión desarrollada en los USA, New York/ Florida. Esposó con una americana; hijos estadounidenses, vino de Ribera y mansión que conocí con embarcadero propio, por la cual pagó casi como un piso de 90 metros en la calle de la Estafeta.
Su mujer (no entendía el castellano después de más de 30 años de matrimonio con visita para San Fermín) no comprendía nada, pero aceptaba que a su marido le tirase la tierra.
Y sería hermoso si dejasen que a todos les tirase la tierra, sin imponer nada, ni banderas ni flautas.
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