Alguna ventaja tendría que tener la máscara, la más evidente, sin mencionar, su utilidad preventiva ante el contagio, es que nos hace un poco más discretos, somos un poco de los demás, en la calle, las colas con la distancia de seguridad. Sólo vemos los ojos, si no hay gafas de sol, Borsalino o Panamá de mercadillo, gorra de beísbol de The New York Yankees, o chapela vasca, en ese caso ya no se ve nada, con la máscara somos más seguros los unos y las otras, pero nos hemos perdido la sonrisa de una mujer fatal o la Gioconda; menos mal que no hay que ligar, o arriesgarse a una cita a ciegas, puede que sea el motivo de los llamados jóvenes para rebelarse y contagiar. En Francia la utilizan, como en las comunidades autónomas de España, o en la Italia del principio. La historia de Muerte en Venecia es triste, el músico enfermo, disfrutando del lujoso Lido, contemplando la belleza de un jóven que la simboliza, la huida recomendada cuendo el cólera llega a la ciudad, nadie usaba máscara, el bello Tadzio no se da cuenta del peligro, vive en su mundo por edad y condición. El compositor se escondía sin éxito, detrás de sus gafas, hoy hubiese ido con la obligatoria mascarilla. En Venecia, en sus carnavales, se convirtió en un arte una necesidad para echar una cana al aire antes de la Cuaresma, ahora no hay turistas orientales con máscara anti polución pululando inquietos sus canales, no hay carnavales ni máscaras hay desconcierto general.
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