Cuando un lugar lleva tiempo sin ventilarse necesita aire. Llegan los olores. Al principio pueden ser tenues o débiles, enmascarados con el ambiente, luego se incrementan en intensidad hasta que forman parte de ti y no te des cuenta. Otras veces el hedor inicial es tan intenso que lo repudias y no lo soportas.
Muchas veces tiene que venir gente desde fuera a decirnos lo mal que huele porque no nos damos cuenta. Los tigres huelen a tigre, pero claro son todos tigres y no les gustaría disfrutar de un perfume exótico y embriagador. Es uno de los sentidos menos valorados y quizás por ello lo estamos perdiendo y nos hemos acostumbrado.
No olemos lo mal que huele, no sólo el Madrid de las basuras, sino la falta de ideas para mejorar la convivencia entre nosotros todos.
Y puede que se produzcan reuniones, congresos y cualquier tipo de función teoricamente destinada a resolver problemas. Te hueles que poco van a arreglar, que incluso aparecerá, en un exceso, una declaración anunciando un acuerdo sobre un tema que a casi nadie (a menos del 1% de la población le importa) o van a repetir antiguas propuestas, reivindicaciones trasnochadas o demagogias baratas.
No van a la yugular, al meollo del asunto. A cumplir con un servicio porque el político está para servir no ser servido y eternizarse.
Los medios de comunicación, dependiendo de la posición interesada que defiendan, escribirán vaguedades buscando juegos de palabras y equilibrios de patéticos funambulistas. No ocurre sólo aquí, aquí es que nos estancamos en debates innecesarios, en partidismos ancestrales y en un arecopilación del tiempo perdido que volvemos a perder.
Alguien tiene que abrir una ventana y permitir que entre aire, sano y refrescante.
No se me enfaden.
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