Una ciudad fascinante por todo lo que tiene, sobre todo gente, nacionalidades distintas intentando aprender inglés y que los de Gran Bretaña te entiendan, sobre todo en Central London.
Se oye mucho español y mucho ruso en busca del tiempo perdido, el español en busca de ser camarero, again.
Entre los museos abarrotados, los parques en invierno, el Támesis con viento frío, el famoso palacio de una monarquía que no se acaba, la estatua pequeña de un tipo grande como Lord Nelson, los Comunes y los no tan comunes de los mortales, los pubs con gente tomando una pint u otra cosas, charlando, bebiendo, socializando.
Un underground enorme, gigantesco, con mucha gente, muchas escaleras, y muy caro para un simple viaje, una gastronomía que pretende aprender a comer, un buen servicio, muchas otras cosas y sobre todo el Imperio.
Me hubiese encantado poder viajar en el tiempo y conocer el London del siglo XIX o antes de la Segunda Guerra Mundial, la capital de la era Victoriana y el periodo previo a ceder la corona, los honores y parte de la responsabilidad a los primos ricos de USA, que se mueren por un conserje uniformado de un hotel, un acento o expresión o los perrritos de la reina.
La libra ya no es lo que era, más ahí sigue, sobre todo comparada con el euro; esos británicos están en la Desunión Europea, pero van como todos a lo suyo, algo muy inglés.
Están decadentes, desde hace tiempo, pero su idioma es el idioma del mundo; se resisten en medios de sus costumbres e intereses; sus políticos no son un gran ejemplo pero saben elegirlos major que nosotros y les exigen más; sino aunque se llame Churchill le dan el bote.
Les tengo cierta envidia.
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