Una vez me contaron la anécdota de un señor que luego fue muy importante en sus cargos. Gran prestigio, muy trabajador, honesto, en fin poseía todas las virtudes. Gozaba de dos subordinados brillantes que pujaban por el delfinato. En una cuestión, en concreto durante su lucha diaria, tenían criterios muy dispares y decidieron trasladar la decisión a ese jefe maravilloso que juzgaría sin dudar.
El primero fue, le contó su versión y posible solución. El jefe respondió que estaba de acuerdo.El segundo reaccionó presto, al enterarse, y le ofreció la solución opuesta. El jefe respondió también afirmativamente.
Ambos candidatos se contaron entre ellos que el jefe les había dicho que si a los dos y se miraron perplejos, desorientados, porque no sabían qué hacer. Ese jefe debería haberse dedicado a la política.
Esta historieta siempre me ha perseguido. Conocí personalmente a los tres individuos, a dos de ellos más. Fueron juzgados por sus pares y subordinados como muy capaces. Las personalidades eran diferentes. Uno de los tres me ofrecía más garantías porque era más directo, más "torero", arriesgaba más. De ir a la guerra, iría con él. Los tres presumían de inteligencia.
¿Quién era aquí el verdaderamente inteligente? ¿Dónde está la honestidad? ¿De qué hablamos?
Si fuesen políticos de ser eficaces, honrados y servir. Ambas tres cosas significan decir la verdad, no engañar.
Al parecer se trata de otra cosa, de no decir nada, no subir demasiado la voz, utilizar tópicos, frases sin sentido, decir lo que el ciudadano quiere oír. Ese es el ejemplo que impera, con toques de apariencias física y falsedades disimuladas.
Eso es lo que me parece Macron, "vuestra ira justa puede ser nuestra oportunidad", que se rie de sus ciudadanos, también lo hace Sánchez con otro estilo menos cultivado. Esta señora May, tampoco santo de mi devoción, tiene un gran follón entre manos y por lo menos no dice que si a todos. Esos son algunos de los políticos en candelero. En la mayoría de los países funciona el modelo Sánchez.
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