Dejar Madrid en Navidad no es fácil, la temperatura era agradable, llovía poco, el tráfico, contaminante y el señor Sanchez en su limbo o su sapiencia. La T4 asumía con naturalidad la cantidad de pasajeros, los turistas que vienen, los hispanos que se van. Un Airbus 340-600 parece mucho avión para un vuelo tan corto. Los cielos inquietso de la península, Iberia, los catastróficos de Francia acabando con el terrorista de Estrasburgo, anunciaban turbulencias y las hubo. Ya salimos con retraso por el slot de Heathrow, nos movimos en el aire, todo el vuelo con cinturones, y llegamos a las colas de emigración, con otra espera Ena la aproximacion. La máquina automática de lectura de pasaportes no funcionaba en mi cola con la eficacia británica. El Brexit no sé si es bueno o malo para esta tierra tan especial.
El London había cuatro grados Celsius. La humedad se notaba, sin lluvia. London es enorme.
El bus a Southampton llegó con puntualidad, lleno de orientales, jóvenes diría yo. Antes nos detuvimos en Winchester y vi de lejos su catedral, como en la canción de los sesenta. Magnífica conductora la del bus, correcta, educada, fuerte, luchadora, muy inglesa.
Noche cerrada en Southampton. Ciudad de marineros. Sus pub tienen Guinness que era lo interesante a esas horas. Son unos profesionales de las bebidas, un pub cualquiera y muchas preguntas sobre un vulgar gin & tonic, no sólo referidas a la marca de ginebra.
Me imaginé, o soñé en la oscuridad del viaje en autobús, con Robin Hood, la Edad Media, la oscuridad, el frío. Soñé con enrolarme en un barco del pirata Drake, perdón Sir Francis y me he despertado con el iPad y Sanchez escribiendo al hooligan catalán. No cambiamos.
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