Seguir una supuesta discusión en el Congreso de los Diputados que encierre algo más que mediocridad perezosa repetitiva sin fundamento no es efecto del calor de Madrid, de esas temperaturas que azotan a finales de julio, no hay justificación en sus consecuencias en las neuronas de sus señorías, hay quien anda buscándolas todavía debajo de la bancada que abarrotan saltándose normas. Simplemente no dan para más. Podríamos comentar sobre unos u otros, hablar de toros, incluso divagar sobre la moción de censura sin esperanza, arma legítima, a un gobierno que se muestra más perdido que un pulpo en un garaje con mala pinta, todo repetitivo. Me apetece más hablar sobre algo que he oido tomando un café en una terraza, desinfectada, uno de los presentes expresó su turbación, humana, natural. Comparto, que he sentido el mismo pensamiento, sentimiento, las misma sensación de zozobra hace nada, varias veces. Es sobre la hostelería, que la veo muy apurada, ha sido el soporte, sustento de esta España. Han hecho un gran esfuerzo, han seguido las instrucciones, leyes, consejos, normas, sus trabajadores, fijos, discontinuos o temporales, se han empleado a fondo para que el necesario, pesado, exigente, mal educado, cliente se sintiese a gusto, nacional o de fuera, y el cliente no llega. Es desolador pensar en un hotel como en The Shinning con todos sus empleados sin Nicholson, con sus caras, o Kubrick, con su cámara de fotos, pero en Benidorm, Torremolinos, Sanxenxo (ya no se como se escribe) o Arenys de Mar. Limpian la hamaca, desinfectan, llevan mascarilla, respetuosos, obedientes, todo reluce, impoluto de virus, con ganas, ilusión, necesidad, y no hay turistas, como un torero al otro lado del Telón de Acero, que diría el poeta. Pena, penita pena siento.
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