Se acerca san Isidro. Este año no creo que haya muchas celebraciones, desde luego nada de toros, para los que nos gustan esos animales que salen por la puerta de chiqueros de las Ventas del Espíritu Santo. No habrá toros que entren al ruedo por esas puertas abiertas, de par en par con mimo, los enemigos del toro se congratulan, lo festejan llenos de una sabiduría apabullante. Quizá habrá rosquillas, listas y tontas. Mi madre siempre compraba, creo que eran esas cosas que la llevaban a su niñez, en casa a unos gustaban unas u otras. Yo con esto del #Metoo y las señoras del gobierno tenía miedo, precauciones, dudas, acojonamiento en una palabra, si llamarlas listas y tontas cuando las viese expuestas a la venta pública. Pensé en bautizarlas listos y tontos, ellas o ellos, me hice un lío, todo por una rosquilla, no me consideraba capaz de articular palabra si me interrogasen. Eso si me encontraba en situación legal, a mi hora, en mi fase, mi confinamiento, mi hartez de tanto petardo y petarda, tanta estupidez, necedad, que he ido a comprar rosquillas, con máscara, guantes, precauciones, y temeroso que alguien me dijese que ahora son listas sólo, que eso de llamarles tontas, pedirlas por ese calificativo me podía costar una reprimenda o un azote, una multa. Estaba más achantado que con el covid-19. En mis pensamientos camino de la pastelería me decidí por Mallorca, cerca de casa, otra vez la niñez, que ha vuelto abrir por permitírselo la ordenanza. Se me había ocurrido una coartada, no fuese a ser que la señora Montero viniese de Galapagar, sin José Tomás, o un Vitorino amaestrado, con otras señoras asistentes a la manifestación del 8 de marzo. Me la imaginaba en la cola diciéndome: "tú, ciudadano acojonado, no te has enterado todavía, a partir de ahora las rosquillas de Isidro, lo de santo es discutible, se llaman listas y tontos. Así no funciona este país"
Atolondrado, pedí un tortel de Mallorca que es lo mío. Lo siento mamá, tienes un hijo que es un cobarde.
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