No me gusta entrar en esas discusiones tan interesantes sobre sexos, quién es más listo, quién gana o pierde, domina el mundo. El entorno, pintado como terrible, de la sabana africana lo entiendo, las manadas de leones son un libro abierto de sabiduría, sentido común, coherencia, los humanos no tanto. Hoy voy a hablar de mujeres. No precisamente de las del gobierno, que no desmerecen del petardeo general que nos inspiran los hombres, ellas que chillan, vocean, repiten mucho, argumentan menos, la mayoría son demagógicas, antiguas, aceleradas. No voy a hablar de cuotas. voy a hablar de dos, digamos que normales, cotidianas, mujeres de esta España, estos tiempos. casadas con hijos, nietos ya, activas, que tienen algo que los hombres no poseemos. Una con una salud realmente a prueba de bombas que nos dejará a todos enterrados en la próxima versión del covid-19. Nunca para. La voy a llamar Lourdes, afrancesado, que es un nombre que siempre me recuerda al pirineo francés, a esa gruta donde algo ocurrió, no muy español el orígen, aunque ella lo es en carácter y costumbres. Nunca la he visto descansar ni pararse, siempre tiene que hacer algo, en movimiento, como los tiburones que hasta duermen balanceados por la corrientes para que sus branquias continúen funcionando. No piensa demasiado en si misma. Es curioso porque ese estar pendiente de las cosas, necesidades de los demás, su entorno familiar lo primero, hace que se inmunice contra el egoísmo desplegada en un sin fin de necesidades. Seguramente es como si se quedase inmunizada contra cualquier tipo de virus que no son células vivas sino comportamientos o actitudes de sus colegas humanos. Hay otra mujer de nombre ficticio, también afrancesado, Aline, como la canción de Cristophe, fallecido "J'avais dessiné sur le sable...", de playas ibicencas, cuando triunfaban los franceses en escala en HiFi. Se dedica incansable a que los demás estén mejor, vivan mejor, sufran un poco menos, sin hablar, atenta, entregada, siempre en busca de una solución que no es para su bienestar, sino el de los demás. Hay que quitarse con justicia el sombrero, ser un caballero, reconocer que no es de sexos la cuestión sino de ser o no ser.
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