domingo, 6 de septiembre de 2020

Velador y el sargento York.

Toros ha habido muchos, menos que humanos y humanas, les ponen nombres, cuidan, miman, para al final morir en una plaza, uno de cada diez, o en manos del matarife, dentro de poco morirán de viejos en las dehesas sin poder contar historias de gloria como nuestros abuelos, se lo agradeceremos a esa gente tan comprensiva, humanitaria, bondadosa que lucha contra el maltrato animal, que saben de todo, de toros más que nadie. Cuentan que hubo un toro llamado Velador, resultó insólita la crianza de ese animal, indultado en Las Ventas del Espíritu Santo ( el único) en 1982; su madre, vaca primeriza en el parto, repudió amamantarlo, hubo que recurrir a darle con biberón la leche de una vaca lechera. Eso generó una proximidad sentimental entre los criadores y el animal, que, por tan estrecho lazo, se comportaba como manso, y ante ese comportamiento, nunca se pensó en lidiarlo, no era de los Mansos del Jarama de Don Mendo. Pero se produjo la baja por herida de cornada en el toro enviado a la corrida concurso, y, aunque con muchas reservas, no hubo otra solución que enviar como sustituto a Velador. ​ Naturalmente, el hecho de un toro que convive mansamente con sus criadores, pero luego tiene una conducta sorprendentemente muy brava en el ruedo, introduce en la realidad el gen de la bravura por encima de los hábitos vitales.  Esa corrida de Madrid se alargó cuatro horas, porque tardaron dos en llevarlo a corrales para curarlo, ni Fermín ni sus mansos ni el perro que se jugó el tipo, pequeñito, peleón, podían convencer a Velador, a todo envestía con casta, clase. Por una película de Howard Hawks de similar tema (si se me entiende correctamente) le dieron un Oscar a Cooper, otro de montaje y muchas nominaciones.

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