Es una ciudad Los Angeles que no se mueve por los parámetros hispánicos, aunque este repleta de gente que habla nuestro idioma, porque allá por el siglo XV nos pusimos el mundo del otro lado del Atlántico por montera.
Si te das un paseo, lo de paseo es un decir, por Hollywood Blvd, te tropiezas con esas estrellas del suelo que llevan nombre de gente que ha hecho cosas en el mundo del espectáculo porque no todo es cine.
Me encontré con que Julio Iglesias, su estrella de la fama, se encuentra al lado de Irving Thalberg, nada más y nada menos y me temo que en las Españas, del cotilleo y mucha incultura hay muchísimos más que saben quien es Julio Iglesias que Mr. Thalberg, así de injusta es la vida.
Y es que eso de la fama es efímero, absurdo e insustancial.
Este boulevard al norte de Sunset, en paralelo, no tiene ese encanto que vivió antes de la Segunda Guerra Mundial.
Al menos podemos entrar en el Roosevelt Hotel y tomar una mágnifica hanburguesa en su bar, nada cara para el local, con unas patatas fritas estupendas y el aroma de Cary Grant en el booth de al lado.
Allí se puede tomar uno un martini y brindar por los viejos tiempos, cuando se fumaba como carreteros, se bebía como en Mad Men y los olores de tabaco y alcohol se mezclaban con perfumes de Paris, en ese mismo Roosevelt Hotel.
Y resulta que al lado se encuentra Brad Pitt, y claro no es lo mismo. Me dieron ganas de preguntarle que opinaba de la semifina Juventus-Real Madrid.
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