Por las calles de las grandes ciudades, de las pequeñas, de cualquier sitio, se puede ver a alguien paseando a un perro. Sobre todo que no manchen.
Bueno, ahora se les llama mascotas, un eufemismo cursi y absurdo. Exactamente no es un eufemismo es una estupidez, adoptada desde el mundo anglosajón y que sugiere que se ama más y mejor a los animales si se les llama mascota.
No tengo ninguna duda de lo que expresan los ojos de un perro, en ocasiones mucho más que los de algunos humanos; por ello me dan pena cuando les veo con la correa por las calles de Madrid sin Boccherini de por medio. Y la verdad es que al igual que en los dibujos animados de 101 Dalmatians, de Disney, los amos de las mascotas tiene un parecido con el animalito.
Hoy se han cruzado dos señoras de cierta edad, aunque no se debe hablar de la edad de las damas, creo que a ambas no les cogió el final de la Segunda Guerra Mundial por poco.
Seguramente ninguna tuvo un buen día; los dos perros, desconozco el sexo, por falta de tiempo, sólo querían olerse; las señoras no tenían tiempo ni ganas para que procediesen a seguir su instinto y les increpaban, separaban, tiraban en sentido contrario de sus respectivas correas y al final aquellos mejores amigos del hombre, o mujer, no pudieron sellar su amistad.
Entiendo la vida de los leones de la sabana, todo lo que hacen tiene sentido sin acritud; cazan, descansan, procrean, vuelven a cazar; si alguien es herido, si no puede seguir, sin importar la edad, es abandonado a su suerte, todo es pura supervivencia.
Los perros no se que código utilizan; no son animales salvajes, les traen la comida, algunos llevan ropa de abrigo, les perfuman, van a la peluquería y al veterinario; pero no pueden hacer amigos sin autorización.
Triste destino, hay que pagar por la comodidad y el confort, aunque yo me quedo con El Golfo, de The Lady and the Tramp, también de Disney.
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