Madrid da para muchas cosas, sobre todo en una mañana de primavera, dulce temperatura y brisa agradable. Para componer hermosa música como la de Boccherini, que creó su Música nocturna por las calles de Madrid, le enterraron en la para mi entrañable basílica Pontificia de San Miguel, pero luego se lo llevaron como gloria italiana a su tierra natal.
Nos dejó esas notas que los recientes espectadores descubren por "Master & Commander " y eso sonaba en mi ipod cuando andaba por sus calles.
Ya ha llegado el personal, que pudo irse, de sus vacaciones de Semana Santa, aquí parece que todo el mundo anda agotado y necesita descansar. En el corto trayecto de un gimnasio a mi casa, antes debía comprar el pan, me tope con varias personas que me distrajeron entre las notas de Boccherini.
Una mujer de 60/65 años, gruesa, amplias caderas, movimientos torpes, rostro comprimido y tristeza, como si se preguntase ¿Qué hago aquí? Expresa tristeza y decadencia.
Otra mujer de unos 35 años, delgada, gafas de sol, seria o concentrada, se aproxima hacía mi y es de esas personas que te hacen dudar, que no saben si van a la derecha o izquierda, y que al final evitas la colisión de milagro. Parece perdida.
Otras dos mujeres, llegando a los 30, una de ellas bella, con estilo, gafas de Tom Ford, moderna que cuenta una historia de un novio/amigo/amante/conocido al cual le ha cantado las cuarenta y se ha quedado tan ancha. Parece muy segura.
Estos cruces no me impiden concentrarme en Boccherini.
Si el de una señora, unos 40 años, arrastrando un Teckel perezoso y empujando el coche de un niño de unos cinco años, con gafas, rubio, descapacitado, probablemente víctima de alguna enfermedad que afecta al sistema nervioso de forma terrible. El niño se reía, no se porqué.
Si el de una señora, unos 40 años, arrastrando un Teckel perezoso y empujando el coche de un niño de unos cinco años, con gafas, rubio, descapacitado, probablemente víctima de alguna enfermedad que afecta al sistema nervioso de forma terrible. El niño se reía, no se porqué.
Dejé de escuchar a Boccherini, me tuve que detener porque esa imagen me tenía que obligar a hacer ver algo o reflexionar o comprometerme o algo, maldita sea.
Sólo se me ocurrió dar gracias, en medio de mi frustración e incapacidad de mejorar la vida de aquel niño, que sin embargo sonreía.
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