miércoles, 20 de mayo de 2015

Ford Apache, una vez más.

Cualquier niño quería ser vaquero, cow boy, conseguir una pistola del Far West, una tienda de indio que nunca tuve, una caravana, un fuerte con la caballería o un penacho Sioux. 
No se podía conseguir buen material, sólo en las películas; los Reyes Magos se veían incapaces de atender tantas peticiones en la noche del cinco de Enero de cada año.
Y las mejores eran de un tal John Ford, un poco con fama de cascarrabias irlandés, uncle Jack para los amigos, que además llevaba un parche en un ojo; películas de bocadillo y patatas fritas, con ruidos.
Antes veías películas del Oeste porque las ponían, y repetían, en la televisión; los grandes actores de Hollywood hablaban casi todos con la misma excelente voz de doblaje; los indios se repetían y las imágenes de Monument Valley o Death Valley las confundíamos.
Ese tal John Ford era un pesado que conseguía que los indios lo pareciesen, los caballos cayesen espectacularmente, la caballería desfilase con precisión, los carromatos sirviesen para protegerse y los Winchesters escupiesen fuego. 
No se veía mucha sangre, las barbas parecían afeitadas y tuvieron que llegar  Sergio Leone, quizás por rodar con bajo presupuesto en las Españas, para que los cow boys no se afeitasen  ni duchasen demasiado y Sam Peckinpah para que los tiros sonasen a tiros y sus brutales consecuencias se evidenciaran.
Sin embargo con el tiempo amé a uncle Jack, sus tomas, sus diálogos, música, bailes, detalles cómicos, humanos a tope, crítica política, sus mujeres, los bebedores cantarines y al volver a ver Ford Apache me llegaron todas de una vez en medio de una carga de indios o de la caballería; mientras los políticos de Washington iban a lo suyo, como casi siempre.

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