Cada vez creo más que en las Españas se habla de fútbol y de política con la misma seriedad, aunque no puedo añadir que los discursos sean coherentes.
La diferencia es que en el fútbol lo que vale es el gol o el resultado, el que gana o pierde, el campeón o el que desciende de categoría; y teóricamente se reduce a pasar un mal o buen rato dependiendo del grado de forofismo de los actores.
En política no creo que valgan los votos, las elecciones, los resultados tras las consultas populares, aunque son los que marcan la línea del futuro y su trascendencia es incuestionable; lo que debería valer es el espíritu de esos políticos que se exhiben para mostrar sus incapacidades, sus verdaderas posibilidades para servir y no para ser servido.
En política no creo que valgan los votos, las elecciones, los resultados tras las consultas populares, aunque son los que marcan la línea del futuro y su trascendencia es incuestionable; lo que debería valer es el espíritu de esos políticos que se exhiben para mostrar sus incapacidades, sus verdaderas posibilidades para servir y no para ser servido.
Ahora mismo el pueblo votante se encuentra confundido, o mejor sería decir, mucho más confuso que otras veces.
Tan confuso que puede que dirijan su voto hacia algo "nuevo", desengañados del pasado. Los novatos en la arena no parecen mucho mejores que los que llevan décadas de marear la perdiz, se quedan en un intento con mejores o peores intenciones, nobleza o racanería. Esto si que es terrible.
Una vez escarbas en la superficie de la vanalidad, el tópico y la superficialidad, son tan vacíos como sus denostados predecesores.
Tampoco es que podamos esperar mucho más. Sólo hay que ver la procedencia de las nuevas esperanzas, su formación, su discurso y te das cuenta de que no hay milagros; qué estaríamos llamando estúpidos a aquellos que se lo curran, estudian, meditan, trabajan y sienten que su labor, como políticos, es realmente vital para sus conciudadanos.
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