Ante la falta de razones , o la sinrazón, brota la sensación de pereza.
Ayer una señora me vió en una calle de barrio céntrico, rodeado de bolsas con ropa que pretendía llevar a un ropero. Me preguntó si necesitaba más cosas y quería aprovechar para darme artículos de su difunto marido.
Se llama Laura María, en realidad todos le llamaban María hasta que en su DNI descubrió lo de Laura, que le suena a sudamericano nombre compuesto de telenovela, y ha adoptado el de Laura. No se si por variar.
Nació el día de San Fernando de 1927, su marido se llamaba así, su hijo, su nieto. Recuerda perfectamente la Guerra Civil pasada entre Toledo y Madrid. Desconozco el bando o tendencia.
A sus 90 cumplidos es lúcida, inquieta, vivaz, de gran movilidad, oye y ve sin problemas. Parece como si no se hubiese desgastado. Tuvo que cuidar a su marido, que como todos los hombres, dio la lata.
Me pregunto ¿Era un espejismo? ¿Un sueño?
Probablemente no fue real, es un símbolo, un consejo, una indicación del camino correcto. Aunque luego cargué la ropa en el coche y acabó en el ropero.
Probablemente no fue real, es un símbolo, un consejo, una indicación del camino correcto. Aunque luego cargué la ropa en el coche y acabó en el ropero.
Quise preguntarle ¿Cual es el secreto para llegar así?
Me respondió: hacer lo mismo que mis padres. En casa todos mis ocho hermanos lo hemos hecho.
Rápido, sin dudar, con absoluta naturalidad.
Se olvidó de la genética o iba incluida en su receta.
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