Ni el US Open en Queens, ni Nadal ni nada, New York City está igual que siempre, llena de gente, sobre todo en esas zonas llamadas turísticas que son muchas.
Lo de Times Sq es horrible, aunque luego los espectáculos de Broadway compensen, la estatua de la libertad no descansa y los ascensores el Empire tampoco. Las energías se desbordan con cierta naturalidad y siempre me pregunto a donde llegará esta ciudad.
Realmente vivir aquí es aprender y hay que estar fuerte y sano.
Llega un momento que cruzas los semáforos en rojo como casi todo el mundo, que corres por el subway; no te detienes en Mott St ni te dejas apabullar en el Met, con sus escaleras tan repletas que das gracias por el interés cultural de los turistas.
No me canso de descubrir edificios fantásticos, nuevos gigantes que surgen y los representantes de otros tiempos. Nunca la arquitectura tuvo tanta calidad y belleza concentrada.
Desconozco si todo el mundo llega agotado a la cama, pero si da la sensación de llegar desfondado.
Menos mal que tenemos Central Park.
Vivo en una zona que ir al parque se convierte en algo natural y este parque en concreto es una maravilla. Se lo debemos al duo Frederick Law Olmsted y Calvert Vaux y no sólo este oasis maravilloso en medio de Manhattan sino muchos otros. Un espacio realmente utilizado por los habitantes de la ciudad y sus millones de visitantes, por niños y no tanto.
No conozco nada igual hecho por la mano del hombre
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