No es el título de la próxima entrega de Indiana Jones, sino como definen los directivos del FC Barcelona a su estadio el Camp Nou.
Desde luego es un consuelo oír estas sabias manifestaciones. El gran sueño de los humanos, ser libres, se cumple si vas al estadio. Así de fácil.
Siento que Montesquieu y otros que hablaban sabiamente de estos temas no hayan conocido ese fenómeno, que, a base de cemento y pesetas de su época, con el tiempo se ha convertido en un símbolo de la Humanidad. Un recinto sagrado, como todo templo, que sin duda acepta lo que allí se dice. Aunque como opines algo diferente te echan del templo.
Los otros estadios no son templos, son lugares donde se juega la fútbol, entre dos equipos, a veces bien y otras regular o mal, con errores y aciertos, donde el público va a ver un partido con la camiseta que quiere.
¿A quién se engaña?
Ordinariez, chabacanería y vulgaridad, lo que abunda. Así habla Arturo Fernández, nuestro actor a los 88 años, presentando su nueva obra, que vuelve a hacer de él.
No es bueno si tiene razón porque ya desde los sesenta, entre las revoluciones de turno, la ausencia de sujetador, el pasarnos las normas por el forro y las redes sociales, con muchos factores más, mezclados en la coctelera de la búsqueda de la felicidad, los efectos son los que son.
No es bueno si tiene razón porque ya desde los sesenta, entre las revoluciones de turno, la ausencia de sujetador, el pasarnos las normas por el forro y las redes sociales, con muchos factores más, mezclados en la coctelera de la búsqueda de la felicidad, los efectos son los que son.
Lo curioso es que don Arturo menciona tres adjetivos que se refieren a las formas.
Un gentleman, un real gentleman, no es ordinario, chabacano ni vulgar, pero puede ser un hijo de puta, corrupto, sin escrúpulos. Ahora que en el Reino Desunido están más perdidos que un pulpo en un garaje, entre el Brexit, la primer ministra, las ambiciones de Boris (que al principio les hacía gracia) buscan el relevo de la reina que parece que va a ser Charles que no es chabacano, ni ordinario ni vulgar, sólo un tanto inútil con pretensiones.
Un gentleman, un real gentleman, no es ordinario, chabacano ni vulgar, pero puede ser un hijo de puta, corrupto, sin escrúpulos. Ahora que en el Reino Desunido están más perdidos que un pulpo en un garaje, entre el Brexit, la primer ministra, las ambiciones de Boris (que al principio les hacía gracia) buscan el relevo de la reina que parece que va a ser Charles que no es chabacano, ni ordinario ni vulgar, sólo un tanto inútil con pretensiones.
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