El frío de Madrid da pasó a 25 grados en Israel. Quería sentir si el aire de Tierra Santa me traía aromas de otros tiempos, porque aquí ocurrieron cosas como no pasaron ni en otro tiempo ni otro lugar. Conozco las Escrituras, la Tradición y me queda pisar los lugares.
El 787 Dreamliner es un avión con mayúsculas. Lo siento por los de Airbus, que tienen su mérito. Suave, silencioso, de buenas reacciones y con el he llegado al aeropuerto Ben Gurion. Supongo que esta cubierto de vegetación en la aproximación para que cojas el detalle de poder vivir en el desierto.
La colina de la primavera, Tel Aviv, nos recibió con toda su carga histórica.
Anochece pronto, el tráfico es horrible. En este pequeño trozo de tierra, disputado entre musulmanes y hebreos, no caben muchos más dignamente. Los cristianos parecen como los árbitros. Sobre todo detrás del muro que se contempla en la autovia camino del monte Carmelo y las cuevas del profeta Elías. El contacto ha sido con la alta temperatura, el pesado tráfico, y los minaretes que se ven a lo lejos. Es inevitable al llegar por estos lares hablar del pueblo palestino y su convivencia con el estado de Israel, repasar la historia desde 1949 y los últimos tiempos. Cada uno se posiciona o no, a su estilo. Se mezcla la religión con la política y no dejo de ver coches y gente de un lado para otro. Al final llego a Nazareth, No es la aldea de 250 personas, es otra concentración humana de más de 70.00.
Me pregunto sí aquello de que nada bueno podría salir de Nazareth, tenía sentido.
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