Toledo, España, es una ciudad muy bonita, ahora es sobre todo una ciudad de turismo, turistas, apretones en sus calles estrechas, muchos visitantes que se dejan sus euros. Peor está Florencia, donde en épocas veraniegas no se cabe, y eso que Michelangelo dejó muchas obras sin completar ante la insistencia del papado. Cuando llega la noche da gusto pasear por esa maravilla vacía, como en Toledo.
La situación de Toledo en la Edad Media se convirtió en privilegiada, pasó de ser romana antes, luego visigoda, musulmana, cristiana, capital de las Españas. Su magnífica catedral casi ni se puede ver, escondida entre otros edificios, la convivencia entre las tres culturas se huele en los distintos barrios, arcos, mezquita, iglesias, sinagoga, todos los indicios de ese ser humano que en muchos aspectos es el mismo. Para admirar bien Toledo hay que mirar desde sus cigarrales o desde esa posición privilegiada del parador Conde de Orgaz, como pintaba Zuloaga.
Hubo un tiempo, mucho, donde el mundo miraba a Toledo.
En mi infancia Toledo no me despertaba tanta admiración, me quedaba con las espadas, cuchillos, armaduras o mazapanes, pensaba en la resitencia del Alcázar, aquella conversación del coronel Moscardó con su hijo Luis, la entereza del jóven, independientemente de las ideas políticas, me impresionaba. Quizá todo pasa, quedan las obras, monumentos, no se donde va el espíritu, las gentes, lo que importa.
Hubo un tiempo, mucho, donde el mundo miraba a Toledo.
En mi infancia Toledo no me despertaba tanta admiración, me quedaba con las espadas, cuchillos, armaduras o mazapanes, pensaba en la resitencia del Alcázar, aquella conversación del coronel Moscardó con su hijo Luis, la entereza del jóven, independientemente de las ideas políticas, me impresionaba. Quizá todo pasa, quedan las obras, monumentos, no se donde va el espíritu, las gentes, lo que importa.
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