Si vienes de Burgos, pasas la sierra de La Demanda, mal acostumbrado a la buenas carreteras sin curvas sufre el estómago. Desciendes al valle de Tabladillo y la cuenca del río Mataviejas. Hace miles de años llevabamos ya trescientos de invasión musulmana y nos estabamos rehaciendo, cuando los monjes eligieron un territorio apartado, que tuviese agua en abundancia para sus rezos y vida de recogimiento, lejos del mundanal ruido. Los moros, no es término despreciativo, estaban un poco al sur, por lo tanto era una zona fronteriza con otra civilización. El Cid se paseaba entre calores y fríos, ese Rodrigo Diaz, natural de Vivar, iba a dar que hablar y algún quebradero de cabeza a moros y a reyes cristianos.
En el siglo XI se consiguió hacer resurgir un monasterio. El de Santo Domingo de Silos. Ahora es un pueblo turístico, antes la Abadía representaba el centro de atención. Era la Edad Media, no había ipads y todo lo fundamental se encontraba entre esos muros.
En la iglesia de San Pedro pude escuchar a 18 monjes, a las 1345, sus oraciones de sexta. Dicen que a esa hora aquel Nazareno subió a la cruz por nuestra salvación, mientras las tinieblas envolvían al mundo. Tinieblas que no nos abandonan en estos tiempos.
No me sé el protocolo ante los monjes. Observo sus movimientos, escucho sus cánticos y plegarias en silencio y medito sus oraciones.
Uno de ellos lee un pasaje para recalcar al final que el propio Nazareno enseñó que el único camino es a través de Su Padre.
¿Qué piensa el mundo que los escucha? Cada uno estará a lo suyo, preguntándose qué lleva a un hombre libre a elegir esa vida. Y los pensamientos discurren por esos caminos atemporales.
Estos monjes dejan toda una existencia, la única que gozamos, para concentrarse en su oración y trabajos. El público es variado. Unas veinte personas. Los monjes aparentan todos más de treinta años; uno es muy mayor con un bastón y dificultades en el desplazamiento. Hubo un tiempo en que la vida transcurría alrededor de monasterios como este. Su bótica era la seguridad social de entonces. Su claustro maravilloso, como ahora, encierra la paz y armonía del mejor románico. Un espacio para perderse con uno mismo.
Estos monjes dejan toda una existencia, la única que gozamos, para concentrarse en su oración y trabajos. El público es variado. Unas veinte personas. Los monjes aparentan todos más de treinta años; uno es muy mayor con un bastón y dificultades en el desplazamiento. Hubo un tiempo en que la vida transcurría alrededor de monasterios como este. Su bótica era la seguridad social de entonces. Su claustro maravilloso, como ahora, encierra la paz y armonía del mejor románico. Un espacio para perderse con uno mismo.
Se reza el Angelus en silencio y suenan las campanas. Los monjes y los demás tienen hambre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario