Casi todo lo que gira alrededor de la campaña electoral en España se mueve en esas turbulentas aguas de la verdad y la mentira.
Hay una banquera, presidenta de entidad importante, que da un titular diciendo que los políticos deben hablar claro. Cierto, los políticos y los banqueros y banqueras. Sin embargo no es eso lo que impera.
Aquí como en cualquier país, de las llamadas privilegiadas democracias occidentales, lo que importan son las apariencias.
En un partido de fútbol, una final, los entrenadores estrella hablan siempre de igualdad , se la crean o no, y de evitar fallos. ¿Si hay tantas precauciones con la pelotita cómo no va a haberlas con los votos?
Lo políticamente incorrecto causa urticaria, se maneja con precaución de transporte de nitroglicerina y una sensibilidad enfermiza. Un político puede dejarnos con la boca abierta, por no decir absutamente nada, mostrar un encefalograma casi plano, pasearse como un fantasma en las reuniones internacionales o utilizar un lenguaje de indefiniciones, lugares comunes, demagogia abaratada. No importa, no se conocen sus principios si los tiene, sus límites, si los tiene, lo que está dispuesto a tragar por ese poder que tanto atrae. Se mueve por lo que le dicen que el meaximo de gente quiere oir y votar, sea o no sea cierto, se cumpla o no se cumpla.
El político que gana está fabricado, y se lo cree hasta él.
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