Muchos ilustres personajes han pasado por Washington D.C.; esta ciudad, al fin y al cabo, es la capital política del país más poderoso del planeta; algunos han sido recibidos en ese templo de la democracia llamado Capitolio.
Esta vez en la tribuna no se encontraba Jimmy Stewart en el personaje de "Mr. Smith goes to Washington"; no se limitaba a leer la Biblia como aquel que pretendía consumir y consumir el tiempo disponible del orador, eterno; el invitado de ayer precisamente pretendía hablar del hombre eterno; creo que a Frank Capra le hubiese gustado mucho estar allí, para oír a Francis, al Papa Francisco. A mi también.
No descubre nada, ni rebela grandes secretos. Su mensaje es directo, sencillo de pocas palabras y realmente humilde, probablemente porque es un hombre de Dios. No es un mensaje político, aunque casi todo es política; es un mensaje humanos, trascendente, eterno que intenta consolar y proporcionar paz interior.
Seguramente todos esos salvadores de la democracia que escuchaban por educación, devoción, curiosidad u obligación se habrán ido impresionados y quizás alguna/o se pregunte :
¿Qué demonios hacemos aquí? o ¿Es realmente el hombre inmortal porque tiene alma?
Y claro si se contesta afirmativamente está última cuestión, se deja de un lado la hipocresía, y se actúa con coherencia, las políticas que allí se aprueben realmente cambiarán el mundo.
Mientras en una estampida o incontrolado desplazamiento de una masa de personas que van a orar a La Meca mueren a cientos; no es la primera vez y suena absurdo y frustrante.
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