Van tres seguidos D. Bowie, A. Rickman y ahora Manolo Velázquez.
La trascendencia de estas muertes no es la misma; dos son del mundo sajón del show business y uno es lo que llaman leyenda, la tercera es la que me toca más el corazón.
En mi infancia Puskas había dejado el Madrid a sus cuarenta años, el genial jugador me abandonaba y el 10 quedaba desierto.
Mi equipo necesitaba una renovación total.
Martínez luego Pirri había debutado con el 10 a la espalda, en un 4-1 al FC Barcelona, Amancio metió tres goles, era genial, hasta que le partieron dos veces la pierna en entradas terroríficas; Pirri, evolucionó, se hizo fuerte como un toro, un todo terreno extraordinario y se puso el 4 la espalda. Yo necesitaba que el diez fuese el motor, el estilista, el fino, el de los pases largos, el cerebro. Luis Suárez era muy bueno pero jugaba en Italia.
Y surgió Velázquez, apellido de pintor sublime, con pelo largo, rubio, inteligente, no se sabía si era diestro o zurdo; mi tía Sarita iba a verle a los entrenamientos y le decía piropos; a mi me gustaba su juego. Además The Beatles requerían una nueva estética.
Era elegante y como decía HH, entrenador del Inter la clave era secar a Velázquez. Aquella semifinal de Copa de Europa, en San Siro la vuelta, dió una clase magistral de fútbol moderno, visión, precisión en el pase, jugadas al hueco donde hace daño y elegancia en el gol que entra dulce en la portería. El Madrid pegó un poderoso baño al terrible/millonario Internazionalle de Milano; luego se ganó la sexta.
No fue muchas veces internacional, tenía sus detractores; cuando llegó el gran Netzer parecía que el 10 cambiaba de dueño y Velázquez al banquillo, pero se dedicó a jugar y tampoco Breitner pudo quitarle un puesto en el once. No tenía unas condiciones físicas espectaculares, algunos partidos desaparecía, no le gustaba desperdiciar energías y desconozco su contribución al fútbol de hoy en día.
A mi me hizo soñar y doy fe que sólo sueño con cosas que merecen la pena.
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