He leído que hace diez años que falleció Don Ferenc Puskas, Pancho para los castizos.
Me hallaba en la capital de la Desunión Europea y había húngaros, como de cualquiera de los entonces Países Miembros. No sé si eran muy futboleros mis interlocutores, pero todos tenían a Puskas a la altura de algo especial, muy especial.
Creo que les gustó cuando exprese en público mi admiración por su clase, su juego, un estilo que nunca he visto repetido y lo que disfruté.
No quiero entrar en eso del mejor de la historia porque es muy complicado comparar y cada época es distinta, desde la cuestión física hasta la pelota.
Ayer se reunieron algunos de los que jugaron con él en sus tiempos del Madrid, casi todos como compañeros, y quizás en sus sentidas palabras haya mejores pistas del fabuloso personaje.
Jugadores de una generación, 10 años, ha habido varios desde los cincuenta. Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona, Zidane y Messi han sido lo que han ocupado con más o menos competitividad ese trono; luego Puskas estaría un escalón por debajo. Sin embargo no pretendo reflejar lo maravilloso de su pierna izquierda (la única), su visión de juego, sus kilos de más en su segunda juventud tras el parón por la invasión de Hungría, sus exhibiciones en Wembley o en Glasgow, sus Juegos Olímpicos, el número de sus goles, sus faltas, su precisión...me quedó con los recuerdos de como sonaba Chamartín cuando golpeaba seco el balón o su grito para que Gento corriese; la facilidad para meter un gol, los pocos aspavientos para celebrarlo alzando simplemente ambos brazos en un exceso.
En el mundial del 54, el trofeo que le faltaba, en plena plenitud, ese que ganó la Alemania Federal ( antes les habían ganado 8-3) fueron a por él, le lesionaron durante dos semanas, jugó la final muy tocado, metió un gol y perdieron 2-3, después de llevar dos de ventaja.
Era un generación de fantásticos jugadores, de lo mejor que se ha visto con continuidad, y Puskas destacaba por su autoridad en todos los terrenos, algo querrá decir.
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