Playa, playa y playas, me he pasado buena parte de mi vida entre arenas, soles y agua salada.
Llegar a Talamanca en Ibiza, a la hora de comer, entre hippies de los sesenta auténticos y desconocimiento de mis compatriotas sobre esta isla maravillosa, ahora infectada, era una maravilla. Ir del Botafoch al Ses Figueres significaba zambullirse cada 300 metros, y ponerse boca arriba, con el sol en la cara y sentir la brisa; luego secarse y vuelta al agua, antes de sentir hambre y recurrir a mamá.
Nada vigilaba, sólo el silencio.
Confieso que nunca en mi perra vida vi un episodio de esa serie de televisión, Los Vigilantes de la playa, y tampoco se me pasa por mi corto cerebro ir a ver la nueva película, lo que me inspira es contemplar las fotos de la nueva promoción y las de la antigua serie; me ayuda para reflexionar.
A Pamela la reconozco y comprendo la obsesión de Borat.
Mira que me gustan las playas de California y el Océano Pacífico, pero unos bañadores rojos y cuerpos esculturales corriendo a cámara lenta no hacen una película, aunque puedan producir muchos dólares. Al final nos quedamos con la historia lo que cuentan y como lo cuentan.
El verano ya se acerca a las tierras de las Españas, no sé si significará un receso en nuestras actividades cotidianas o una continuación en el chiringuito, las terrazas o la horchata de chufa.
Los chavales que acaben su bachillerato y piensen en la universidad tendrán fuerza e ilusión, los que finalicen la universidad esperanza; los promocionados en su trabajo ambición colmada; los que no tienen nada son los que más me preocupan.
Esto de la vida es un poco cíclico, breve y reiterativo, lo que ocurre es que para muchos sólo hay momentos malos y unos pocos gozan entre lo bueno, muy bueno o excelente.
No se resuelven nuestros problemas porque llegue el verano, se quedan somnolientos como una siestecita en la playa.
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