Llego a Sevilla en el AVE, el taxista me recoge en Santa Justa y hablamos, también de fútbol aunque no es futbolero, le gusta Joaquin el del Betis porque es como Joaquin el del Betis.
No le gusta la política y nada eso de que el PSOE siga gobernando en Andalucía, dice que hay mucho golfo, mucha corrupción y que hay que dejar sitio a otras porque no pueden hacerlo peor tanto tiempo.
No me siento como Cervantes al llegar a esta ciudad que en el siglo XVI de nuestra gloria representaba los maximo al rededor de su magnífica catedral y los Alcázares. El río continúa en su sitio sin el tráfico de barcos que soñaban con el Nuevo Mundo. Ahora son los turistas orientales los que parecen más entusiasmados con una foto de la Giralda o un coche de cabellos guiado por la misma picardía. Muy cerca de ese monumento en forma de torre de fama universal una señora lloraba por su loro muerto, otros señor la consolaba, los turistas preguntaban y Rinconete y Cortadillo desaparecían cuando llegaba la policia municipal. Ya no hay gente de espada, las mismas callejuelas se llenan de japoneses que claman por unas castañuelas.
Sevilla tiene algo de eterna a pesar de todo, sin o con toros, sin o con los pasos de Semana Santa, sin o con feria. Es su gente.
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