lunes, 5 de octubre de 2020

Correr es peligroso.

He sentido miedo inseguridad, no se que me  ha sucedido, no era debido a las medidas que nadie comprende en Madrid o al contagio de Mr Trump o al olor a Villarejo. Ocurrió el domingo pasado, hacía fresco, octubre desapacible, iba corriendo o haciendo esas cosas sajonas que llaman deporte, a ritmo cansino, el mío. Delante vi una figura, extraña en su paso, abrigada, corriendo también, sus piernas blancas, grimosas, con algunas varices añadiría, buena equipación, dudaba del sexo, máscara de marca color negro, pantalón corto, como un habitual del deporte. Así de espaldas tenía un aire familiar. De pronto vi el moño, sentí un escalofrío, una profunda desazón, yo corría sin mi libro de autógrafos que nunca tuve. Si aquella persona era quién sospechaba, debía preocuparme, quizá los de seguridad me hiciesen un o-soto-gari que proclamaba el gran Manolo Summers que intentó el teniente coronel Tejero para aplacar al general Gutierrez Mellado en el Congreso y no funcionó por la falta de flexibilidad osea del entonces vicepresidente. Quizá yo también haría cierto ridículo en la Castellana. De ver tantas películas me imaginé al servicio secreto precipitándose sobre mi porque representaba un peligro inminente quizá un bravo agente nacido en la Almunia de Doña Godina. Tomé la única decisión posible, acelerar. me puse a su altura, ya antes identifiqué el moño, sin dudas, no era el actual vicepresidente, tampoco doña Urraca, mi vecina del sexto,  era algo extraño no se si masculino o femenino, una mutación del covid-19.

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