Hay una cosa que me ha sorprendido muchas veces y es la elección de "delfines" en la política, como si la capacidad de casting de los responsables políticos fuese francamente baja, como si los condicionantes fuesen un mundo de favores, devoluciones, compensaciones o servicios prestados. Y me temo que es un fenómeno no sólo de la política.
Me sorprende la poca capacidad de reconocidos "triunfadores" en su actividad, ganadores de elecciones, populares entre su masa de votantes, "carismáticos" y que se equivocan, que repiten en sus equivocaciones.
Y tengo una teoría.
No se equivocan porque de pronto se les nuble el cerebro o simplemente porque no tienen otra solución y eligen la menos mala. Yerran porque no conocen a su sucesor, no son capaces de distinguir lo que hace y el porqué, no se imaginan lo que hará como líder, adquieren una actitud paternalista y les falta objetividad.
Otra razón es la ausencia casi total de sentido crítico en el ruedo ibérico. La crítica nunca gusta, sólo las alabanzas, como si todos fuésemos perfectos. Si alguien dice que no le gusta algo que se supone debe gustar (ya sea Paula Echeverría, Bustamente, Ana Rosa, la Pantoja o un torero que hace mucho que no torea) se disculpa diciendo: "yo he expresado mi opinión". Nadie analiza argumentos, pone equilibrio y razona que un personaje puede ser muy popular y no transmitir absolutamente nada o tener alguna virtud y mayores defectos o ser simplemente símbolo de la mediocridad nacional.
Hasta un jugador de fútbol puede tener aspectos muy positivos, pasado glorioso, días de triunfo, y estar bajo de forma, rendimiento, concentración, golpe de suerte, problemas físicos y sencillamente no rendir. Y, con educación, hay que decirlo y decírselo.
Y es que es molesto decir las cosas a la cara. Luego vienen las sorpresas y "el número dos" sale por peteneras. El líder empieza a darse cuenta de su error, se asombra, no creía a esa persona capaz de esto o aquello, le ha decepcionado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario