Asistí a una conversación de bar entre un versado/resignado hispánico que intercambiaba ideas con dos ciudadanos sudamericanos, jóvenes, curiosos e inquietos. Llevan tiempo, años, habitando la piel de toro. Uno es simpatizante del FC Barcelona otro del Madrid, les gustan sus países de origen, pero piensan que esto de la Desunión Europea es otra cosa, otro nivel, como la Champions. Les agrada España, su clima, su comida, su gente en general, la forma de vivir aunque entienden que no se hacen cosas bien.
No son partidarios de los gringos o británicos, si de las hamburguesas, sus películas traducidas y deportistas, son partidarios de las bellezas nórdicas más no de sus fríos. Razonan que los musulmanes fundamentalistas ejecutan a rehenes porque esos gringos son unos "toca pelotas", no entienden y sólo quieren el petróleo, imponer la tiranía del dólar.
Tampoco entienden que el resignado hispano argumente que el español, en general, es mediocre, que lleva siendo mediocre muchos siglos y que hubo un tiempo que no lo fue y sacó fuerzas, espíritu, cualidades y defectos, de donde no se sabía bien si existían.
Ese español apoyado en su experiencia, dueño de sus actos, valiente, decidido, sin muchos complejos, se echo hacia adelante con cierta clase para huir de la mediocridad que el rodeaba y entró en la Edad Moderna dispuesto a comerse el mundo o morir en el intento porque vivir como un mediocre, acorbardado, confortable, corrupto, hortera, sin sobre saltos, sin riesgos por los demás, falso, y acomplejado puede resultar a corto plazo pero no deja buen sabor de boca.
Quizás la comodidad nos hizo mediocres, débiles y conformistas y no sabemos como volver a los orígenes en el siglo XXI.
Ese hombre no es de ayer ni de mañanas, según A. Machado, sino de nunca, de siempre, de la cepa hispana.
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