El Jueves Santo era un día de oscuridad, solía empezar con sol y se iba nublando por la tarde, normalmente hacia fresquito o lloviznaba, Madrid vacío pero no como ahora que se queda desierto. A la puesta de sol recorríamos las estaciones, olía a vela quemada e incienso, flores y silencio.
Me explicaban que esa noche prendían al Nazareno y al día siguiente moría en una cruz.
Ahí empezaba el principio del fin hasta el domingo, tres días que nunca me cuadraban como 72 horas de espera, eran menos horas.
En California es al revés, amanece con la panza de burro canaria, muy a menudo, y va despejando durante la mañana, hace calor.
Cada uno asocia los tiempos del año al clima de pequeño; las Navidades en el Caribe, Australia o Argentina son en verano o con el buen clima del trópico, no nieva y Santa Claus o Papa Noel, pasan mucho calor con tanta ropa, así es y cada uno se acostumbra a lo suyo, vive con sus recuerdos mientras tiene memoria.
Lo curioso es que cada año repetimos la historia y no nos damos cuenta de lo que pasa, entre gin tonic, playa, partida de mus o casino, discoteca o jolgorio no vamos con nuestro espíritu a Jesusalen, repleta estos días de turistas que se aglomeran en la Vía Dolorosa camino del Golgota. El espectáculo es distinto.
Siempre soñé con ser testigo entre la multitud y me tengo que conformar con la creatividad de William Wyler en Ben- Hur, menos es nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario