Me invitaron a un funeral, americano, de esos de Hollywood con mucha gente, rabino incluido, valet parking para facilitar los movimientos. Se trataba de una despedida a la difunta en reconocimiento a su vida, eso dijeron los que hablaron sobre todo uno que debía ser muy amigo y quererla. Hijos no había, el único hijo de la pareja está metido en el mundo de la desintoxicación, con años a cuestas. Supongo que la procesión, aunque sea hebrea, va por dentro, pero el sentido del humor brilló en varios de los discursos encaminados a ponderar la vida de la difunta. Ella había tenido tiempo de despedirse de alguno de los que allí estaban y había dejado instrucciones nítidas de lo que quería y lo que no aguantaba en su funeral. Última voluntad a respetar, aunque nadie, que se sepa. ha vuelto para quejarse. No hubo fotos, si música y una brillante interprete, afroamericana, cantó "I say a little prayer" al nivel de la gran Aretha Franklin. La recepción posterior, tan anglosajona, sirvió para comer y beber, que no quiere decir que el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Envidié las palabras en inglés, lo bien que hablan este idioma y como se expresan en público. Hubo sonrisas, carcajadas y lágrimas a la vez. Nosotros ya vamos dejando a los nietos que digan algo de los abuelitos, salen los más jóvenes, pero los mayores no hacen bromas. Los mayores se toman muy en serio la muerte en España, no se si esto es sabio. A mi me gustaría que en los funerales se pudiese leer la mente de todo el mundo asistente, que se viese lo que en realidad pensamos mientras el sacerdote repite palabras, muchas veces sin tener idea de quién es el difunto en el tanatorio de turno. Nos llevaríamos sustos y sorpresas.
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