En aquellos años setenta, uno no gozaba de tiempo para ver mucho la televisión, ni leer periódicos. Uno no gozaba del privilegio de subscribirse al Post, al Washington Post, ni de educarse en Harvard, ni hablar inglés a los americanos con acento inglés. Uno , como casi toda el resto de su vida, hacía lo que podía.
En aquellos tiempos, las guapas rubias eran muy atractivas, blancas de piel, altas, delgadas y con clase. No todas las rubias, obviamente, pero alguna si.
Las había muy inteligentes, más puestas en el mundo que yo mismo, superiores y pacientes. En aquellos años dos periodistas del Post investigaban un hecho aparentemente insignificante que acabaría con la salida en el Marine One del presidente Nixon de la que creía su eterna Casa Blanca.
Yo no sabía casi nada del Watergate, ni conocía ese hotel sobre el Potomac. No me cabía en la cabeza como un tipo que había sido vicepresidente 8 años, que había perdido unas elecciones contra JFK por antiguo, que había rectificado y ganado, que sabía de "eso", de política, huía despavorido del despacho Oval.
Al parecer yo no lo entendía porque no sabía lo que era Fair Play (ahora la UEFA trata de enseñarmelo). Así me lo explicó la rubia guapa e inteligente a la salida de la película " All the president's Men".
Claro que no me quedó más remedio que aprenderme ciertos conceptos básicos. Llegué a la conclusión que Bradlee era un tipo fantástico, muy interesante, valiente y con ese toque fino del que tiene de todo pero cree que la vida es algo más.
Es cierto que sin Garganta Profunda el Watergate sería una historia diferente y ese personaje juega un papel fundamental en la trama, pero la clase de Bradlee destila buen hacer allá donde va, seguro que su afán por descubrir la verdad todavía le persigue. Descanse en paz.
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