De pronto me he dado cuenta de que estamos en un nuevo año, debe ser verdad, es 2019. Lo que significa eso no lo se exactamente, por una parte existe la impresión de tener que resumir, explicar, recapacitar sobre 2018, y el cómo fue, las cosas buenas y las malas, las regulares también. De eso se encargan un poco el ambiente, los medios, las noticias. Del futuro, de 2019, también se preocupan los rotativos, las imágenes, las historias que aparecen, que son del pasado o de ese futuro sin escribir.
Nada nuevo, nada original, sólo condición humana por arrobas.
Por mucho que lo intentemos con las uvas no cambia nada, pero puede que el ánimo mejore o empeore. Una copa fría de champagne de verdad no cambia nada y si lo que gusta es la sidra El Gaitero, hay que darle a esta bebida, a mi siempre me recordará a mi madre que se compraba esas botellas en Navidad, días que no le recordaban hechos festivos.
Para superar el jet lag he visto dos películas y no me he dormido, quizá eso quiera decir que son entretenidas porque la calificación de buenas o malas no me llena.
Una es el biopic, palabra de esos sajones adaptada al cine, de Freddy Mercury y ese grupo estupendo llamado Queen. Aunque mucha gente implicada en la historia ha colaborado en la película no se cuanto hay de pura realidad. La música si es realidad, la calidad de la banda de rock y la voz de su cantante líder, eso es lo que queda. Cierto que detrás ahí personas, sexualidad, orígenes, ambiente, errores, aciertos, triunfos, fracasos, año que acaban y nuevos años que comienzan. Siento que todo el mundo quiere girar sobre su enfermedad, como la contrajo, como murió. Es el final, pero no lo relevante. Quizá sea, o fuese, más interesante, humano, sin cotilleos, concentrarse en cómo resolvió sus problemas esenciales, particulares, en la época que le tocó vivir, cómo jugó sus cartas, su dignidad.
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