Subir a bordo del Queen Mary 2 es bonito, emocionante, vibrante, especial, al menos para aquellos que nos gustan los barcos.
Como si fuese una secuela de una película de éxito ha sido bautizado este barco, no es extraño porque es un barco del siglo XXI, inglés, más que británico, construido en Francia, reparado (cuando lo precisa para su puesta a punto y mejoras) en Alemania y matriculado en Bermudas, Hamilton, por aquello de los impuestos. Todo bien calculado. El resto libros escritos, páginas en la web, reportajes de Cunard y si se tiene la oportunidad navegar en él, o en ella, como dicen los sajones sin que el @Meetoo tenga nada que ver, un placer señores.
Ha habido otras Queens, las sigue habiendo, pero la época de los big ocean liners ha pasado, es de Jurassic Park, sin los dólares de Spielberg. Sólo dentro del barco, en sus fotografías, recuerdos, posters, cuadros, en las conferencias de los expertos invitados, se puede experimentar aquello que representaba cruzar el Oceáno Atlántico, por placer o necesidad. El avión se cargó el cruce trasatlántico como no lo pudieron hacer los submarinos, de pronto se dejaron de construir monstruos de tonelaje y lujo, de restaurantes exóticos, la aventura ahora es sudar, comer mal, pasar frío en turista, perder la maleta y llegar en seis horas al JFK sin Concorde que acelerase. Las latas de sardina a 37.000 pies están globalizadas, nadie quiere tardar tanto en llegar a América, aunque sea sin jet lag.
El día desapacible no impidió que los taxis llegasen a la Cruise Terminal de Southampton con los ilusionados pasajeros a bordo, llovía a cántaros, con frío en los huesos. Como si se tratase de la WWII en moderno, personas de cierta edad se aprestaban a coger tus maletas (si estaban debidamente etiquetadas ) y podías proceder al check in. Filas, orden, mucho veterano para darte instrucciones y mucho veterano en el pasaje. El buque lleno, full.
La mayoría eran británicos, pocos niños y una edad media elevada, por los años que gasta el ciudadano occidental de propina y porqué el factor de la Pérfida Albión, mirando al Atlántico y pretendiendo cruzarlo en diciembre pesa en el ambiente. Tenía razón don Mariano Medina, aquel hombre del tiempo de TVE que era "el hombre del tiempo", el tren de borrascas canadienses acechaba, una detrás de otra. Realizado lo importante, que es dar una tarjeta de crédito válida, te la cambian por otra de la Cunard, que es identificación, y todo. Hay mucho pasajero Gold, Platinum, Diamond, o Silver que son los "capullos" que experimentan la Cunard ( hay que afrancesar la pronunciación) por primera vez. Alguno me dice que lleva 15 años haciéndolo.
Un vino caliente, unos pastelitos de la repostería de a bordo, un buen gusto te persigue. No veo a Leo Di Caprio, esto no es Liverpool, hay accesos para los que más pagan, pero los que más poseen gozan de un avión privado, de ser privados, de no dejarse ver. La escala retorcida, larga, protegida, te lleva a la mole y cuando entras al Grand Lobby un coro te recibe, un gran árbol de Navidad llega al techo, "Silent Night" se escucha con la calidad de unas voces jóvenes y felices. No todo el mundo puede gozar de ese momento, hay mucha gente, muchos en este mundo, abandonados, solos, perdidos, con hambre y desesperanzados, precisamente aquellos a los que el espíritu de Belén se dirigía con preferencia.
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