Ha terminado la Semana Santa, habrá otras, empieza la ortodoxa. En un aspecto contemporáneo, desde los años del seiscientos y las nórdicas, representa divisas en España, lo folclórico, vacacional, ocio, esta vez ha pasado en silencio, sin masas ni ruidos. El descanso tan reclamado por una sociedad, que afirma nos fatigamos mucho, es confinamiento, todo lejos de lo habitual. La Semana Santa en su significado para creyentes, que en demasiadas ocasiones se amortiguaba en su trascendencia, se ha reducido al sentimiento personal en dicho confinamiento. Lo de la playa, campo, turismo rural, las copas, bares, terrazas, no tienen nada que ver con la celebración religiosa, pero ambas actividades necesitan de las personas, la intercomunicación. Eso está prohibido en España, hay que mantener una distancia entre el personal, quedan los medios de comunicación, redes sociales, balcones, la imaginación. Como siempre todo va por barrios, edades, condiciones, podríamos añadir que también con la individualidad, personalidad, de cada uno, el confinamiento fomenta las relaciones con uno mismo tan abandonadas. Las cifras de fallecidos, contagiados son las que son oficialmente, aunque nadie se las cree, ya veremos. No sabemos el porcentaje de error cometido, ni la culpa, aunque en ciertos casos podría doblar las estimaciones, no sabemos ni cuantos lo han pasado, no quiero hablar de Sócrates, pero un día, un ministro o ministra dirá su frase. En Madrid en este periodo, otros años, también moría gente, pero muchos menos. Se ha cebado el covid-19 con las residencias de personas mayores, sanitarios, y todos los expuestos al cuidado de otros. Las medidas tomadas, presunta buena voluntad aparte, han sido tardías, sin previsión, a toro pasado, no nos hemos preparado adecuadamente. Nada de esto consuela a las víctimas. No son cifras son vidas, formas, estilos.
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