Gigante es una película de George Stevens, Dean murió antes de su estreno, con sus pantalones vaqueros, pañuelo sucio, sudor, alcohol, traumas, enamorado de Liz Taylor, todo muy humano. Encuentra petróleo en sus tierras, cambia su vida, sin alcanzar su felicidad. Nos llegan noticias de los mercados. El precio del barril de petróleo por los suelos de Texas y Oklahoma, curiosa consecuencia de esta situación pandémica. El petróleo ha sido casi siempre protagonista decisivo desde que se inventaron máquinas, artefactos, modos de vida, estilos, que implicaban el uso de un combustible derivado del oro negro. El petróleo ha cambiado a muchos países, USA, Arabia Saudita, Rusia, Irán, Irak, Venezuela, Noruega, las monarquías del Golfo, México, a UK lo del mar del Norte le vino de perlas. Ha provocado guerras, los petrodólares han financiado todo tipo de actividades, las petroleras han diseñado parte de la política mundial. Sin embargo, no todos los países se han aprovechado del boom del petroleo, la generación de riqueza, por igual. La corrupción, dictadores, temas religiosos, han pesado en la decisiones. Otros grandes en muchos aspectos como Japón o Alemania siempre han andado escasos. China lo necesita como la reina madre de Inglaterra, que en paz descanse, un gin tonic. En España no tenemos petróleo, no hubo mucho dinosaurio, somos más de cordero o lechón. El gatillazo de Burgos, comarca de La Lora, no sirvió para mucho como un coito interruptus, por eso dicen que nuestros jefes de estado recientes cultivaban la amistad de los árabes. Antes si subían los precios, si la OPEP presionaba con el jeque Yamani, se devaluaba la peseta, se sufría hacia dentro, llegaban más turistas, salíamos menos a pecar a Londres o Paris. Ahora, para bien para regular, estamos en otra coyuntura. Europa manda o presta que una cosa lleva a la otra, entre Amberes, cuando no se ponía el sol en el Imperio, y Frankurt no hay mucha distancia.
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