miércoles, 15 de abril de 2015

¿Extralimitarse en las obligaciones?

Hay cosas sorprendentes y sin embargo la gente no se sorprende. 
Lo que vi merecía una cámara de televisión, una aparición en un noticiero, o en uno de esos programas donde no se discute de nada y se habla de todo.
Iba yo por la calle, una calle amplia de Madrid, con tráfico y gente a esa hora alrededor de las 10.00, donde los funcionarios salen a eso que llaman el cafelito, con el pitillo y la prisa contagiosa por fumárselo.
Un perro lazarillo, labrador negro con aires inteligentes, precisaba hacer sus necesidades en la calle, en la acera aladrillada, con árboles lejanos, y a fe que las hizo. 
Dejó dos señales inequívocas, separadas unos 23 centímetros, tan tranquilo y confiando en su dueño. 
El señor minusválido empezó el procedimiento de recogida con esa seguridad, dignidad y tranquilidad que da saber lo que se hace. Tuvo que sacar unas bolsitas verdes que llevaba ocultas, adaptárselas a la mano derecha, agacharse, tocar el suelo, encontrar uno de los "regalitos" del can, palpar el suelo en busca del segundo, encontrarlo, recogerlo y llevarlo a la papelera adecuada. 
Me quedé perplejo, admirado, con ganas de aplaudir.
Me pareció tan injusto este mundo  de pronto.
Las caras de los transeúntes no me gustaron porque no expresaban el sentimiento que un acto de tal calibre se merecía, no se si es que la vergüenza humana es así. 
Pensé en lo duro que debe ser no poder ver, estar limitado de por vida y tener que adaptarse cuando las cosas son tan fáciles para los demás y muy injusto. 
Me acordé de los dueños de perros que los pasean con capacidad para contemplar lo que hacen los animalitos de su responsabilidad y no costándoles tanto esfuerzo cumplir con la ley, se la saltan a la torera y huyen dejando la huella, aunque sea a la entrada de un centro comercial y hay que gritarle para que reaccione.
Sentí envidia de aquel hombre.

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